Los Inmortales muertos
Nunca se sabe quién nos da la mano hermano. Quizás,
entre las sombras de la noche, un fantasma del pasado te viene a ver. Algunos inmortales
se pasean alegremente entre los humanos, nos miran con ojos siniestros desde
sus monturas, espada en mano. Nos obligan a leer su nombre en cada esquina
cuando, perdidos en el sueño libertario, buscamos una famosa calle en los
arrabales para calmar las ansias del amor. Esos seres mediocres que firmaban
sentencias de muerte i daban órdenes a diestro y siniestro a pobres diablos. Esa
carne de cañón que dejaba la piel entre los romeros de las sierras, eso sí, con
la bendición del altísimo sinvergüenza hijo de puta.
Pérfidos personajes que jugaban con el gas mostaza en
el Rif, son alabados i/u odiados por sus obras fantasmales. Muchos de ellos gozan
de un lugar privilegiado en los altares de la historia y en los libros de los
santos. Comparten el poder del bien y del mal como auténticos dioses del olimpo.
Ojo a quien das la mano de bienvenida, querido hermano.
— ¡Mi general! Perdón generalísimo.
Da Vd. su permiso para disparar al jodido catalán. Ese rojo separatista cabrón.